El sermón de la montaña

El juicio humano

Pedro Puigvert

 

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Lectura Mateo 7:1-6
Mat 7:1 No juzguéis, para que no seáis juzgados.
Mat 7:2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.
Mat 7:3 ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?
Mat 7:4 ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
Mat 7:5 ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Mat 7:6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.

Con este texto empieza la última sección del Sermón del Monte, la cual debemos ver en el conjunto de las enseñanzas de todo el Sermón. Si hacemos una pasada rápida a lo que hemos considerado hasta aquí, primero tenemos una descripción del carácter del cristiano a la que sigue el efecto en él de lo que sucede en el mundo y su reacción ante este mundo. A continuación se le recuerda que su función en el mundo es la de ser sal y luz. Seguidamente, Jesús pasa a darle instrucciones específicas sobre su vida en este mundo en relación con la ley. Una vez hecho esto, Cristo contempla al cristiano viviendo su vida de piedad en comunión con el Padre. Y en la última sección que tratamos nos señala el peligro de la mundanalidad. Ahora, en este pasaje, quiere indicarnos que nuestra vida es una peregrinación que conduce a un juicio final, a una evaluación última y que este camino lo hacemos en la presencia de Dios con quien nos vamos a encontrar un día. Este pensamiento debería determinar y controlar nuestra vida.

  1. La prohibición de juzgar al hermano (v. 1)
    Las palabras de este Sermón van dirigidas a los hijos del reino, no a los que están fuera de él, son para la iglesia no para el mundo. Como en otras partes, primero da un mandamiento y luego explica las razones. El categórico "no juzguéis" fácilmente ha conducido a la confusión. No es cuestión de ver el término juzgar en un diccionario y creer que ya lo hemos entendido, porque tiene muchos significados diferentes.

    1. Tomada literalmente. Algunos dicen que su significado es simple tal como suena y, por tanto, el cristiano verdadero jamás debe expresar opiniones acerca de los demás. Debemos ser blandos, indulgentes y tolerantes por el bien de la comunión fraternal. Pero esta interpretación  no es posible porque está en contra de la enseñanza global de la Biblia y aún del mismo contexto. El v. 6 es imposible ponerlo en práctica sin ejercitar el juicio. El v. 15, aunque más lejano, es imposible obedecerlo si no pudiéramos juzgar la enseñanza de los falsos profetas y el v. 20, ¿cómo podríamos saber si el fruto es bueno o malo si no tuviéramos la facultad de juzgar? Por otro lado, las mismas Escrituras nos enseñan que los magistrados reciben la autoridad de Dios para pronunciar juicios, como método divino para refrenar el mal. Lo mismo ocurre en la Iglesia en relación a la práctica de la disciplina y el resto del NT es muy claro sobre la manera cómo actuar con los que dividen la iglesia con sus doctrinas erróneas. Además Jesús mismo anima a juzgar con justo juicio (Jn. 7:24).

    2. Entendida correctamenteEl término que emplea aquí no significa que no podamos evaluar basados en juicios, sino que la prohibición tiene que ver con la condena del hermano. La vida cristiana debe mantener siempre el equilibrio y fácilmente podemos
      inclinarnos hacia un lado. Por eso decimos que si juzgar aquí no tiene el sentido de una negación a ejercer el discernimiento o el juicio, debemos apresurarnos a manifestar que nos advierte en contra del terrible peligro de condenar o pronunciar juicios definitivos. La advertencia de Jesús se refiere al espíritu de crítica que surge de nuestro orgullo, en que nos creemos superiores a los demás; se trata del pensamiento de que nosotros hacemos todas las cosas bien y los demás no. Esto conduce a la censura del que está siempre dispuesto a expresarse de forma detractora con la tendencia a despreciar a los demás.

  1. Razones para no juzgar al hermano (vv. 2-5)
    El Señor hace una serie de alegatos irrefutables con una lógica ineludible.

    1. Para no ser nosotros juzgados  v. 2).
      Algunos piensan que no debemos juzgar a otras personas si no queremos que nos juzguen a nosotros o lo que uno hace a los demás, éstos se lo harán a él. Que la persona que siempre critica y censura a otros es alguien que se atraerá la crítica ajena. En parte todo esto es verdad, pero no es toda la verdad. Jesús va más allá de algo que es obvio. En realidad, en el contexto general de juicio final del capítulo, no debemos condenar a los hermanos para no ser condenados por Dios. Claro que en seguida alguien piensa que en Ro. 8:1 dice que no hay ninguna condenación para los que están en Cristo. Pero al decir esto no se tiene en cuenta que en la Biblia hay tres clases o tipos de juicio. En primer lugar está el juicio que determina el estado del hombre frente a Dios, entre los salvados y los perdidos. En este caso no hay ninguna condenación para los hijos de Dios. Pero hay un segundo juicio al que estamos sometidos los cristianos ( 1 Co. 11:27-32). El juicio aquí puede tomar la forma de enfermedad. El tercer juicio tiene que ver con nuestra comparecencia ante el tribunal de Cristo (Ro. 14:10-13). Es a este juicio al que se refiere Jesús, porque si juzgamos seremos juzgados en función de ese mismo juicio.

    2. Porque somos incapaces de juzgar correctamente (w. 3-4).
      Más que una ironía, Jesús emplea un sarcasmo hiperbólico. El efecto de esta figura ha impactado la sociedad aunque no lo tenga en cuenta. A nosotros nos dice que no tenemos derecho a condenar porque debemos recordar que seremos juzgados con las normas con que juzgamos a otros. Parece que no nos preocupa la justicia y el verdadero juicio, porque si fuera así nos ocuparíamos más de juzgarnos a nosotros mismos. Jesús apunta certeramente al espíritu con que condenamos a un hermano no el que debería movernos de juzgar las cosas malas de una persona, porque entonces hay animosidad personal y esto nos incapacita para ser examinadores de otros. Incluso la justicia humana recoge esto. Si hay una conexión entre un miembro del jurado y la persona sometida a juicio le inhabilita como jurado. El siguiente argumento es que si uno quiere poder ver claramente para quitar la mota diminuta del ojo de su hermano por el que pretende interesarse tiene que asegurarse de tener sus propios ojos bien limpios. No se puede ayudar a otro si uno está cegado por la viga que hay en su propio ojo.

    3. Por nuestra hipocresía (v.5).
      Si no estamos verdaderamente interesados en ayudar a otra persona, cuando comete una falta, es que nos importa más condenarla, es decir, en descubrir su falta. Y a esto Jesús lo llama hipocresía. Porque si deseamos realmente ayudar a los demás siendo sinceros, tenemos que sacar primero la viga de nuestros ojos para ver con claridad la paja en el ojo del hermano. Hay una forma de pecado que es terrible: cuando condenamos al hermano que ha cometido una falta, que a lo mejor es como una paja en el ojo, en lugar de mostrarle amor para ayudarle a ver su pecado y arrepentirse; entonces nuestra condena se convierte en una viga en nuestro ojo. Así que ¡examinémonos primero a nosotros mismos antes de juzgar la conducta ajena!

  1. La necesidad de discernimiento espiritual (v. 6)
    Si Jesús no hubiera añadido este v. podría dar la impresión de que no debemos juzgar nada en el reino, pero cuando está en juego la verdad hace falta tener discernimiento espiritual. Los perros y los cerdos eran animales inmundos para los judíos. Lo santo y las perlas es la verdad del evangelio. Por tanto, cuando damos la Palabra de Dios debemos saber distinguir a las personas. Jesús no hablaba del mismo modo a los fariseos que a sus discípulos y Pablo dice a los corintios que no les podía dar alimento sólido porque eran inmaduros (1 Co. 3:3). Porque los que lo reciben pueden volverse contra nosotros.

Conclusión. No debemos emitir juicios definitivos porque sólo Dios puede hacerlo.

 


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